30 enero 2016

421 - Poniendo las ies sobre "Esas jóvenes hijas..." de Pérez-Reverte (la polémica está servida)

Arturo Pérez-Reverte es un escritor y periodista que habla claro y dice lo que piensa sin tapujos.

Presume de "no tener ideología, sino de tener biblioteca". Y yo apoyo este "lema". Toda persona culta sabe bien lo que es tolerancia, lo que es poner los puntos sobre las ies y lo que es historia y cómo ésta se repite de forma cíclica, toda persona culta sabe controlar sus instintos y ponerse en su sitio cuando lo necesita sin apabullar, sin aplastar al contrario, toda persona culta sabe, y eso es que los países necesitan: personas cultas que sepan.

Es un gran nodefensor de internet. Y no me extraña sabiendo cómo opina al respecto, pero ese es otro cantar a analizar.

Se puede decir que sus artículos no dejan indiferente a sus lectores, sean del signo que sean.

Como ejemplo de su "pensamiento-opinión" traslado el artículo que salió publicado ahora hace un año, pero que permanece de total vigencia vistas las necronoticias de los últimos días sobre el "acoso escolar", una lacra provocada por la falta de valores, la despiadada idea de puede-más-el-que-más-tiene o el que-más-abusa, el incivismo, el culto a la individualidad y la falta de humildad al creerse el epicentro de la sociedad y no una parte más de ella.

Mi consejo es que después de leerlo hay que estar unos minutos reflexionando sobre este problema tan desgraciadamente habitual, y, en el caso de que tengamos niños-as en edad escolar, pensar en la educación que les vamos a inculcar para que ésto no sea su día a día.

ESAS JÓVENES HIJAS DE PUTA (Arturo Pérez-Reverte)

"Supongo que a muchos se les habrá olvidado ya, si es que se enteraron. Por eso voy a hacer de aguafiestas, y recordarlo. Entre otras cosas, y más a menudo que muchas, el ser humano es cruel y es cobarde. Pero, por razones de conveniencia, tiene memoria flaca y sólo se acuerda de su propia crueldad y su cobardía cuando le interesa. Quizá debido a eso, la palabra remordimiento es de las menos complacientes que el hombre conoce, cuando la conoce. De las menos compatibles con su egoísmo y su bajeza moral. Por eso es la que menos consulta en el diccionario. La que menos utiliza. La que menos pronuncia. Hace dos años, Carla Díaz Magnien, una adolescente desesperada, acosada de manera infame por dos compañeras de clase, se suicidó tirándose por un acantilado en Gijón. Y hace ahora unas semanas, un juez condenó a las dos acosadoras a la estúpida pena -no por estupidez del juez, que ahí no me meto, sino de las leyes vigentes en este disparatado país- de cuatro meses de trabajos socioeducativos. Ésas son todas las plumas que ambas pájaras dejan en este episodio. Detrás, una chica muerta, una familia destrozada, una madre enloquecida por el dolor y la injusticia, y unos vecinos, colegio y sociedad que, como de costumbre, tras las condolencias de oficio, dejan atrás el asunto y siguen tranquilos su vida. Pero hagan el favor. Vuelvan ustedes atrás y piensen. Imaginen. Una chiquilla de catorce años, antipática para algunas compañeras, a la que insultaban a diario utilizando su estrabismo -«Carla, topacio, un ojo para acá y otro para el espacio»-, a la que alguna vez obligaron a refugiarse en los baños para escapar de agresiones, a la que llamaban bollera, a la que amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas de la grandísima puta, a la espera de madurar en esplendorosos adultos, desarrollan ya desde bien jovencitos. Desde niños. Que se lo pregunten, si no, a los miles de homosexuales que todavía, pese al buen rollo que todos tenemos ahora, o decimos tener, aún sufren desprecio y acoso en el colegio. O a los gorditos, a los torpes, a los tímidos, a los cuatro ojos que no tienen los medios o la entereza de hacerse respetar a hostia limpia. Y a eso, claro, a la crueldad de las que oficiaron de verdugos, añadamos la actitud miserable del resto: la cobardía, el lavarse las manos. La indiferencia de los compañeros de clase, testigos del acoso pero dejando -anuncio de los muy miserables ciudadanos que serán en el futuro- que las cosas siguieran su curso. El silencio de los borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que les toque a ellos. Y el colegio, claro. Esos dignos profesores, resultado directo de la sociedad disparatada en la que vivimos, cuya escarmentada vocación consiste en pasar inadvertidos, no meterse en problemas con los padres y cobrar a fin de mes. Los que vieron lo que ocurría y miraron a otro lado, argumentando lo de siempre: «Son cosas de crías». Líos de niñas. Y mientras, Carla, pidiendo a su hermana mayor que la acompañara a la puerta del colegio. La pobre. Para protegerla. Faltaba, claro, el Gólgota de las redes sociales. El territorio donde toda vileza, toda ruindad, tiene su asiento impune. Allí, la crucifixión de Carla fue completa. Insultos, calumnias, coro de divertidos tuiteros que, como tiburones, acudieron al olor de la sangre. Más bromas, más mofas. Más ojos bizcos, más bollera. Y los que sabían, y los que no saben, que son la mayor parte, pero se lo pasan de cine con la masacre, riendo a costa del asunto. La habitual risa de las ratas. Hasta que, incapaz de soportarlo, con el mundo encima, tal como puede caerte cuando tienes catorce años, Carla no pudo más, caminó hasta el borde de un acantilado y se arrojó por él. Ignoro cómo fue la reacción posterior en su colegio. Imagino, como siempre, a las compis de clase abrazadas entre lágrimas como en las series de televisión, cosa que les encanta, haciéndose fotos con los móviles mientras pondrían mensajitos en plan Carla no te olvidamos, y muñequitos de peluche, y velas encendidas y flores, y todas esas gilipolleces con las que despedimos, barato, a los infelices a quienes suelen despachar nuestra cobardía, envidia, incompetencia, crueldad, desidia o estupidez. Pero, en fin. Ya que hay sentencia de por medio, espero que, con ella en la mano, la madre de Carla le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice pasivo de la canallada cometida con su hija. Porque al final, ni escozores ni arrepentimientos ni gaitas en vinagre. En este mundo de mierda, lo único que de verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta."

4 comentarios:

  1. Yo no siempre coincido con el académico y escritor, y creo que a veces se expresa de una manera excesiva (algo que más de una vez me han criticado a mí, curiosamente); pero esta vez tiene toda la razón.
    Sin embargo, me alegro de que estemos creando ya una doble moral (como la hay con el racismo y homosexualidad) de cara al acoso, que salga en los medios y escandalice a la población, de ese modo, será mucho más sencillo que sea condenado socialmente, y no nos equivoquemos, ya se decía en Ana Karenina, la gente admite mejor una condena judicial que una condena social; y eso es lo principal que hay que conseguir, que sea algo simplemente intolerable.
    Por mi parte, sigo sobrepasado, pero puede que sea para bien....

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    1. A mí también me parece excesivo algunas veces, pero reconozco su valentía en el mundo comunicativo de "lo políticamente correcto".
      Estoy bastante harta del buenismo en general, y creo que alguien que discrepe es de lo más inmensamente sano.

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    2. Desde luego la valentía hay que reconocérsela, incluso yo, que presumo de decir lo que me de la gana en el blog, siempre digo que sólo me lo puedo permitir por el anonimato.

      Quizás nos resulte excesivo más que por los términos que emplea, porque en ocasiones destila una cierta soberbia, que tal vez no se perciba conscientemente, pero sí subconscientemente.

      Y bueno, que alguien discrepe siempre es sano.

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    3. No puedo más que darte la razón. Es un poco-tirando-a-más soberbio y engreído, pero, a veces, se le puede perdonar.

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