05 junio 2011

68 - DEPRESIÓN DEPRESIVA

"La "depresión endógena" o "melancolía" es una dolencia frecuente y curable, pero no por eso menos temible. Quienes la han padecido juran, todos ellos, que prefieren la enfermedad más dolorosa, la amputación de una pierna, cualquier calamidad, antes que sufrirla de nuevo.
Los que les rodean no les pueden comprender, porque su aspecto es saludable. Conservan el vigor físico, y no tienen dolores corporales, nada que ala espectador pueda darle una imagen del sufrimiento del deprimido. Frecuentemente el médico tampoco valora la tragedia interna del enfermo, pues los análisis y demás pruebas a que le somete dan respuestas normales. Tanto los parientes como los amigos y el mismo médico acaban diciendo: “Lo que tienes que hacer es distraerte, salir, caminar, ir a los sitios, ver gente, viajar y olvidar esas tonterías…”
La gota de agua que hace rebosar el vaso de amarguras del enfermo de melancolía suele ser este tipo de consejos, porque con ellos se encuentra víctima de la incomprensión y de la mayor de las injusticias. Su enfermedad consiste en la imposibilidad de “distraerse, salir, etc.” Un filtro maligno se ha instalado en el cerebro cerrando el camino a todo lo grato o consolador y en cambio actúa amplificando todo lo desagradable o doloroso. Poe lo tanto tampoco puede “olvidar esas tonterías”.
Si a cualquier persona se le suprime todo lo agradable de la vida, y le multiplican las molestias y sufrimientos su estado es digno de compasión. La tragedia del deprimido va más allá. En la vida siempre hay algún momento terrible, por ejemplo el de la pérdida del ser más querido, en que la pena parte el alma, y se está incapaz para todo, embargado por el dolor. Este es exactamente el estado del enfermo de depresión endógena. La misma tristeza, sufrimiento interno que se contagia al cuerpo, que pese a estar sano apenas puede arrastrar de modo mecánico. Desconsuelo infinito, sin un rayo de esperanza en el horizonte. La impresión de que la vida carece de sentido. El deprimido tiene además sentimientos injustificados de indignidad o de culpa, y un pesimismo aplastante que le convence de que todo le va a ir cada vez peor. Pierde el deseo de vivir, la muerte se ve como una liberación, la única posible, y al final siente una inducción apremiante, obsesiva, hacia el suicidio."


Si no hay suicidio es por cobardía, educación o creencias religiosas.

“Concierto para instrumentos desafinados” Juan Antonio Vallejo-Nágera (1980)

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