No voy a descubrir la pólvora. No voy a contar la vida de uno de los pintores más conocidos en el mundo del arte. No voy a intentar convencer a nadie de su valía para la pintura y de sus técnicas rompedoras. No voy a incidir en su fuerza interior al pintar incluso con el pincel atado a sus manos atacadas por la enfermedad.
Pero sí voy a decir las sensaciones que tuve cuando, lástima se ha acabado, ví la exposición que sobre Renoir se hizo en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, obras cedidas por infinidad de museos de todo el mundo. Puede que al ser una recopilación que se presentó en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid en otoño del 2016 se lleve a otros museos y se pueda volver a ver, lo ignoro de momento.
Antes de nada significar que el impresionismo como técnica
pictórica me fascina por sus dotes de decir sin decir, por su colorido
casi antinatural, por su indefinición en el trazo, por sus iluminaciones
y juegos lumínicos y por sus contrastes al más puro sentir onírico.
En
cuanto a movimiento social me parece que forma parte de esa revolución
ajena a las influencias del entorno que permite hacer lo que sientes y
lo que deseas investigando y experimentando sentimientos que no pretendías conocer. Derroche de imaginación en su estado máximo del que hoy todos disfrutamos. Kaos colorista que incita a la intimidad de los sentidos como su ley más preciada.
Para comenzar decir que las expectativas creadas con la exposición estaban en la cima más alta de mi esperanza por ver unas maravillosas pinturas salidas de un genial e incomparable pintor impresionista.
Opinar que la estructuración física de la exposición no me pareció la más adecuada por su intransigente ir y venir para no olvidar ninguna obra. En cuanto a la estructuración artística... supongo que no se podía hacer otra cosa con la muestra recolectada, pero debo decir que no me pareció, ni con mucha, la mejor de este gran pintor.
Una vez en la sala y dispuestos a ver esas magníficas obras llegaron cuatro de sus mejores retratos detallistas, personales, absolutamente diferentes. La actitud del artista frente al retrato se configura como un foco principal, la cara, y un resto sin importancia, la impresión. Diferentes a lo que entendemos, el gran público, por "un renoir", me llamaron la atención y los disfrute como un punto y aparte en su obra.
Seguimos por la exposición viendo desnudos, más o menos parecidos, más o menos personas, siempre mujeres, que duda cabe, más o menos lejos, más o menos disimuladas, más o menos solitarias o acompañadas, más o menos bañistas, pues a veces el agua ni se intuye. Cabezas pequeñas, cuerpos enormes, piernas elefánticas... Bueno, no me significo en cuanto al gusto estético de la época, imitaciones de otros grandes del renacimiento (me recordaban sobremanera a Miguel Ángel), o particulares del pintor. Bien, sin más.
Continuamos por los retratos de encargo. ¡Jesús, qué fuerte!, de encargo. Así son, así se ven y así se perciben. Lo desconozco, pero imagino que el compromiso adquirido, el dinero o las promesas que a cambio recibió el pintor eran necesarias para salir adelante y seguir haciendo lo que más le reconfortaba. Sin comentarios. O mejor sí. No me gustó ninguno. No encontré a Renoir por ningún lado, no percibí su juego de luces, sus colores brillantes y llamativos, sus anhelos de autenticidad en los sentimientos. En fin, para gustos los colores.
Y ahora toca la familia. Retratos, escenas familiares cotidianas, cazando, tomando sopa, hijos, mujer, niñera... Con sentimiento, pinturas con algo más que óleo. Sí, se nota la diferencia, pero... sigo sin ver a Renoir. ¿Qué me pasa? ¿Qué esperaba? Estoy desolada, me parece que he perdido el tiempo y el dinero. No, el dinero no, que el museo los domingos por la tarde es gratuito.
Pasemos a la siguiente pseudo-sala. Los paisajes. Aquí sí, aquí sí que me veo llena de una explosión de colores, imágenes, alegría desbordante y diciendo en voz alta, ha merecido la pena.
No puedo dejar de ver esos árboles, flores, hierbajos, campos de trigo, cielos, nubes... se me llenan los ojos de lágrimas al recordarlos por la "impresión" que me provocan. Mis ojos se llenan de luz, de belleza, de resplandor, de brillantez pictórica, de sentimientos profundos y de respiración entrecortada. Todos son admirables, todos son imponentes, todos dejan un poso de felicidad sensorial que tardaré mucho tiempo en dejarla desvanecerse.
Mis ojos no pudieron abarcar tanta maravilla junta, tanta dulzura, tanta belleza sin definir, tanta alegría sin contener, tanta plenitud.
Me pasé tiempo y tiempo, no sé cuanto, delimitando los colores, las pinceladas, las sombras y las luces. Me voy, me acerco, me alejo, vuelvo al mismo cuadro. Me entusiasma. ¡Qué viveza! ¡Qué tonalidades! ¡Qué disfrute tan intenso!
Allí estaba "Mujer con sombrilla en un jardín", "Campo de trigo", Paisaje en La Roche Guyon", "Figuras en la playa" o un paisaje marino del que no recuerdo el nombre.
POR FIN, ENCONTRÉ A "MI RENOIR".
La exposiciónes estupenda, de veras. Ya sé que Renoir es conocido por sus retratos de mujeres, de escenas con personas (siendo lo que más abunda en su pintura), pero es que a mí sólo me conmueve su destreza al reflejar la misma naturaleza.
POSDATA: no es toda su obra, no es más que una colección representativa, más o menos, de su quehacer hasta casi la muerte, pero si tenéis ocasión o pasa por vuestra ciudad... ¡ID A VERLA! (y de paso me decís).
Visita virtual a la exposición en Madrid.
Obra completa de Renoir.
Biografía de Renoir. Wikipedia.
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